Esa mañana, después de encumbrar su talento sobre las tablas, Van salió raudamente de aquella casita mágica que era la de su amigo Fernando, en la que se había sentido muy cómodo primero e incómodo después. Después de sacrificar el honor de un viejo amigo por salvar el pellejo de otro, claro que también estaba en juego su honor y su pellejo. Pero para dejar de complacer a Van, debo confesarles que él sólo lo estuvo haciendo por su bienestar. Parece su deber quedar bien con el más inmediato a cualquier costo. Si ahora mismo se lo enrrostrara, seguramente me respondería: “A mi me mueve el institinto de preservación de la vida sana, Si tengo que pisar cabezas lo haré con mi consentimiento o sin el. Si el fin que me defiende en los tribunales del mundo, me ha librado de la fe. ¿Cómo me será licito no vivir sin escrúpulos?”. Cuando Van habla como si fuera semidiós, me irrita tanto que prefiero oirlo y no escucharlo.
-Necesito un teléfono ahora mismo. -Suplicó Van a Fernando, quien fue a alcanzarlo en el camino que este emprendió abruptamente desde el sillón de su sala.
Fernando notó muy contrariado a Van después del diálogo de presentación con sus padres. Casi le contó la otra mitad de su vida con un entusiasmo que solo fue cortado por la indiferencia estoica de este. Van perseguía por toda la casa la quietud del teléfono y el desplazamiento de los padres de Fernando con un fervor poco menos que paranóico. Quizás ellos conozcan el número telefónico de Daniel Rázuri, donde Fernando se alojó durante semanas; es probable que le increpen a Daniel la doble actitud, cuando este respondió el teléfono alguna vez, y le pidieron que le comunicaran con Fernando. Las posibilidades de verse atentado en su instinto de conservación, iban en aumento. Van salió aturdido a las calles, jugándose los segundos más eternos.
-No hay teléfonos públicos cerca, pero hay uno particular en mi casa. -Intentó calmarlo Fernando-
-Lo que tengo que hablar carece de carácter público.
-¡Hombre! Deja de comportarte como un capullo, vamos a casa.
-Suéltame carajo -replicó Van- ¡Necesito un teléfono te digo!.
-Bueno pues, Vamos donde Don Victor
-¿Quien mierda será Don Victor? - farfulló Van, en voz baja, mientras se dejaba arrastrar hasta la tienda de la otra esquina.
Marcó a un telefono de Lima.
-Daniel, Daniel eres tú?
-No señor, ¿Quién lo busca? -...Era el Sr. Richard Palomino. Y ahora ¿quién iba a ser Van? Si estaba al otro lado de la línea, nada más y nada menos que el hombre queostenta el papel de su mayor acreedor y, felizmente, el menos implacable. Esa deuda no la saldó jamás.
-Un momento porfavor -Fingió que le pasaba el teléfono a otra persona-
-Sr. Palomino como está Ud. -Respondio Van, cómo no, fingiendo otra voz- soy Paco Moncada ¿Me recuerda?, el que se amanecía con Dani jugando ajedrez.
-Hola Paquito, te cambia la voz a cada rato. Si acabas de llamarme. ¿Qué se te olvidó?
-No señor, no se me ha olvidado nada, sólo quería decirle algo más a Daniel -Se la jugó con el “algo más” como si ya hubiera conversado con él.-
-Habla Paco, ¿Te pica la espalda? -Respondió Daniel confiadamente.
-¿Así que te pica la espalda no? -bromeó Van ya con la voz recuperada de la salvadora impostación-.
-¡Hola demente!, leí tu nota. Mi padre está enojadísimo contigo, porque ni siquiera le agradeciste antes de salir, sabía que lo dejarías al final en la paga pero nunca se imaginó que lo dejarías varado.
-Me apena lo de tu padre, pero me ocuparé de el en otro momento.
-Osea que te fuiste a España con Fernando. Qué bien, qué bien.
-No me fui con el, yo he llegado después. Daniel escúchame.
-¿Qué sucede? ¿No tienes guita para regresarte?
-Escúchame imbécil. Tengo plata para regalarte. No es por eso que te llamo. -continuó apurado por una voz detrás que le exhortaba a entender el respeto mínimo por el carácter público del teléfono.
-Te llamo para que me perdones.
-Estás perdonado Van. Pero la próxima vez no lo comuniques por escrito. -Respondió Daniel, inocente-
-Daniel, escúchame, hace un momento he conversado con los padres de Fernando y te he culpado de todos los desastres de Fernando en Lima.
-¿Y le contaste por qué lo deportaron?.
-Si -Respondió tímidamente-
-¡Van! -Reaccionó Daniel, indignado-
-Tenía que hacerlo porque el huevón de Fernando no me presentó en su casa, y a la mañana siguiente sus padres querían matarme si no les vendía una imagen confiable.
Sobre la manera como lo deportaron no le dije que le aconsejaste a agredir al policía, sino que te descuidaste en el momento que lo hizo. Si llaman a tu casa, acuérdarte de lo que te estoy diciendo para que no te sientas mal.
-Sí Van, qué considerado eres. y después te voy a recordar a tu madre ¿Esta bien?. -Respondió molesto Daniel, un silencio antes de colgar-
Fernando y Van regresaron a casa, esta vez Van parecía flotar en la gravidez confortante de saberse comprendido por las raíces que agredía desde lo alto del tallo, siendo el una hoja encarnada.
¡Ay! Van, repasar tu vida es un delito contra tu honra. Ayer me anunciabas "¿Cómo me será lícito no vivir sin escrúpulos?" y hoy, un flaco escrúpulo se te escapa: Vienes a pedir disculpas a la misma persona que acabas de acusar. Sin embargo, algo podrías decir a tu favor: “Con todo respeto Daniel, ¿Qué ha pasado por tu mente antes de rendirme semejante ultraje?. olvidas que en el camino hacia el mismo punto nos dirigimos: Vivimos en permanente fuga del dolor de estar vivos; la trampa que se nos tiende apunta a mantener esta vida sana aún detestándola; sabemos bien que el precio por suprimirla es un dolor tal; que, por su intensidad, retrocedemos al hallarlo difícil imaginar. En ese avanzar a imaginar el supremo dolor y retroceder ante el espanto de saberlo último, se fundamenta toda moral. No tengo la esperanza que me entiendas, hombre de moral infrahumana. Nada tienes que temer, soy tu amigo y estoy al servicio de tu templanza: No se le juzgue al hombre jamás. Júzguese el fin que persigue su moral y guarde silencio al final”.
¡Felizmente este hombre nace y muere diariamente!.
4 comentarios:
Por Dios me encanto la ultima frase y es que como puede uno vivir sin escrupulos con la gente que uno estima
Daniel Rázuri (El narrador): Pues me sorprende Rous, un escrupulo, que es el temor que se tiene sobre la verdadera intención de nuestras actitudes, mayormente se practica con los que amamos, mas no con los que odiamos, cuando la medida debiera ser en función de quien la practica y no de quien la sufre.
La personalidad de Van está mostrando perfectamente su moral sin escrúpulos, buscando su bienestar primordialmente y el de sus amigos que ocasionalmente le rodea.
Puede que al final esa moral si que termine con él, muestra egoismo hasta con los que le han querido.
saludos.
Van Scribenz: En primer lugar estoy yo, en segundo lugar está mi persona y en tercer lugar el desenvolvimiento del entorno que me rodea para marcar el rumbo de mi moral. Lo que hago no es menos que la reacción al estímulo que recibo pues, si en el fondo soy antisocial, siempre estoy ligado al contacto personal y a la desaprobación masiva, acaso esto último guía el sentido y contrasentido que impulsa mi vida.
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