Amria:
"...Siete veces ha de llorar amargamente su suerte y siete veces has de llorar tú, por provocarla. Contemplarás inmóvil el avance de un oscuro caballero vestido de sedas blancas, sin espadas, sin coraza y sin fuerzas; que soplará vientos de traición y venganza en tu casa"
Las nubes negras acompañan el dolor de Joaquín en su atropellada salida de casa; el llanto insoportable, que carga sobre sus hombros, traza el presagio de una tormenta en el cielo, tan feroz como el que lleva ahora mismo en el alma. Ha soportado la complicidad de su madre, para encubrir los deslices amorosos de Amanda, su prometida. No está seguro de ello, por lo que no pudo acusar abiertamente a nadie, pero ha leído cada palabra pronunciada, cada silencio cuajado en la atmosfera extraña. Ahora, las respuestas a sus interrogantes están en el peor lugar: sus temidas sospechas.
Van Scribenz, el intrépido amante; observa desde el balcón, en el que se refugió para no ser descubierto. Sin maldad estaba bajo la piel de un malvado, sin proponérselo le estaba arrancando lágrimas amargas a un hombre inocente, sin advertirlo estaba encerrado y sin posibilidad de escapar para no ser visto por Joaquín.
Van trato de abrir la puerta inutilmente, estaba cerrada desde adentro, la empujó con toda su fuerza sin lograrlo, pisó un madero consumido por las polillas, perdió el equilibrio y cayó cuesta abajo, acaso la cornisa pudo salvarlo, pero cayó tan estrepitosamente que al querer colgarse solo consiguió lastimarse las manos. Aún así la fortuna le sonreía, fue a dar en una torre de basura acumulada en bolsas. Entre tanto caía, pensaba en lo que estaba sucediendo.
-¿Qué está sucediéndome? Quiero comprenderlo, ¿Por qué tengo que pasar, de la más absoluta complacencia al más desagradable infortunio? Me siento tan culpable de todo lo que está ocurriendo, que la más furibunda de las palizas, que seguramnente recibiré, será poco escarmiento para los pesares que inflijo sobre los demás.
Un momento, yo por qué tengo que cargar con la culpabilidad de esos demás; muy bien, soy culpable de gran parte del desastre, pero no lo he ocasionado exclusivamente, La Tía martinica es complice pasiva y Amanda es el móvil directo. No me siento capaz de reunirlos para tratar el problema calmadamente, pero tengo que apelar a la sensatez de ese hombre, encontraré la manera para que me escuche, si no la encuentro la inventaré.
Joaquín observó sorprendido el accidente, alzó los ojos hacia el lugar desde donde cayó el bulto. ¡Era su casa! ¿Qué cayó desde el balcón de su casa?. Se internó entre la basura, con el incómodo prejuicio de sorprender a Amanda o a su madre en un intento de suicidio. Halló al andalucete ese, el tal Van Scribenz. Había caído desde el balcón, y esto le dibujó una rara sonrisa de la que el mismo se espantó al sentirla; sin pensarlo, asestó la punta de sus botas sobre el desgraciado que había llegado a irrumpir su tranquilidad, y la paz de su familia. Solo entonces, la tormenta se desató, llamaban los relámpagos en su furia silenciosa a la noche tardía, la lluvia caía sobre las lisas rocas adoquinadas en el piso, los truenos en el cielo y en la boca maldiciente de Joaquín arremetían contra el abusador.
Van se defendía por medio de la calma.
-Guarda silencio. Estás silenciando la verdad con tu violencia. ¡Entra en razón hombre! Estás frente a un hombre justo, e inocente de lo que has convenido pensar como real. Estás creyendo lo que quieres creer.
Joaquín desconsolado y soportando el cinismo del amante, abandonó su frente para dejarla caer sobre el basural, lloraba desconsoladamente, y observaba, de soslayo, la figura de ese intruso que tramó su desgracia.
-Cállate no tienes derecho a hablarme -fustigó Joaquín
-Seguramente. Pero, si quieres saber la razón por la cual estamos aquí, retorciéndonos de dolor, solo tienes que escuchar a tu madre. Sabes acaso por qué fue capaz de encubrir a Amanda, sabes por qué Amanda ha decidido torcer su camino contigo. Yo no lo sé, pero lo sospecho muy claramente, estoy seguro que a ambas las conduce el mismo instinto.
"...Siete veces ha de llorar amargamente su suerte y siete veces has de llorar tú, por provocarla. Contemplarás inmóvil el avance de un oscuro caballero vestido de sedas blancas, sin espadas, sin coraza y sin fuerzas; que soplará vientos de traición y venganza en tu casa"
Las nubes negras acompañan el dolor de Joaquín en su atropellada salida de casa; el llanto insoportable, que carga sobre sus hombros, traza el presagio de una tormenta en el cielo, tan feroz como el que lleva ahora mismo en el alma. Ha soportado la complicidad de su madre, para encubrir los deslices amorosos de Amanda, su prometida. No está seguro de ello, por lo que no pudo acusar abiertamente a nadie, pero ha leído cada palabra pronunciada, cada silencio cuajado en la atmosfera extraña. Ahora, las respuestas a sus interrogantes están en el peor lugar: sus temidas sospechas.
Van Scribenz, el intrépido amante; observa desde el balcón, en el que se refugió para no ser descubierto. Sin maldad estaba bajo la piel de un malvado, sin proponérselo le estaba arrancando lágrimas amargas a un hombre inocente, sin advertirlo estaba encerrado y sin posibilidad de escapar para no ser visto por Joaquín.
Van trato de abrir la puerta inutilmente, estaba cerrada desde adentro, la empujó con toda su fuerza sin lograrlo, pisó un madero consumido por las polillas, perdió el equilibrio y cayó cuesta abajo, acaso la cornisa pudo salvarlo, pero cayó tan estrepitosamente que al querer colgarse solo consiguió lastimarse las manos. Aún así la fortuna le sonreía, fue a dar en una torre de basura acumulada en bolsas. Entre tanto caía, pensaba en lo que estaba sucediendo.
-¿Qué está sucediéndome? Quiero comprenderlo, ¿Por qué tengo que pasar, de la más absoluta complacencia al más desagradable infortunio? Me siento tan culpable de todo lo que está ocurriendo, que la más furibunda de las palizas, que seguramnente recibiré, será poco escarmiento para los pesares que inflijo sobre los demás.
Un momento, yo por qué tengo que cargar con la culpabilidad de esos demás; muy bien, soy culpable de gran parte del desastre, pero no lo he ocasionado exclusivamente, La Tía martinica es complice pasiva y Amanda es el móvil directo. No me siento capaz de reunirlos para tratar el problema calmadamente, pero tengo que apelar a la sensatez de ese hombre, encontraré la manera para que me escuche, si no la encuentro la inventaré.
Joaquín observó sorprendido el accidente, alzó los ojos hacia el lugar desde donde cayó el bulto. ¡Era su casa! ¿Qué cayó desde el balcón de su casa?. Se internó entre la basura, con el incómodo prejuicio de sorprender a Amanda o a su madre en un intento de suicidio. Halló al andalucete ese, el tal Van Scribenz. Había caído desde el balcón, y esto le dibujó una rara sonrisa de la que el mismo se espantó al sentirla; sin pensarlo, asestó la punta de sus botas sobre el desgraciado que había llegado a irrumpir su tranquilidad, y la paz de su familia. Solo entonces, la tormenta se desató, llamaban los relámpagos en su furia silenciosa a la noche tardía, la lluvia caía sobre las lisas rocas adoquinadas en el piso, los truenos en el cielo y en la boca maldiciente de Joaquín arremetían contra el abusador.
Van se defendía por medio de la calma.
-Guarda silencio. Estás silenciando la verdad con tu violencia. ¡Entra en razón hombre! Estás frente a un hombre justo, e inocente de lo que has convenido pensar como real. Estás creyendo lo que quieres creer.
Joaquín desconsolado y soportando el cinismo del amante, abandonó su frente para dejarla caer sobre el basural, lloraba desconsoladamente, y observaba, de soslayo, la figura de ese intruso que tramó su desgracia.
-Cállate no tienes derecho a hablarme -fustigó Joaquín
-Seguramente. Pero, si quieres saber la razón por la cual estamos aquí, retorciéndonos de dolor, solo tienes que escuchar a tu madre. Sabes acaso por qué fue capaz de encubrir a Amanda, sabes por qué Amanda ha decidido torcer su camino contigo. Yo no lo sé, pero lo sospecho muy claramente, estoy seguro que a ambas las conduce el mismo instinto.
-Eres un maldito demente, no sabes ni lo que dices. Ahora mismo va a saber esa mujer en lo que me convierto cuando me enfurecen.
Joaquín se arrastró hasta la puerta para tumbarla. Pero se quedó a dos pasos, reprimiendo su salvaje incursión, al escuchar gritos que venían desde adentro, se recostó sobre la pared para que el tejado impidiera que se siguiera mojando.
-Tú tienes la culpa Amanda, tú tienes la culpa del sufrimiento de mi hijo. No tienes vergüenza, eres mala -sollozaba rabiosamente la Tía Matinica- Yo, siendo su madre lo hubiera apartado de ti, sabiendo los venenos que llevas dentro.
-Se equivoca, ¿Sabe acaso que su hijo es estéril Martinica?
Joaquín se arrastró hasta la puerta para tumbarla. Pero se quedó a dos pasos, reprimiendo su salvaje incursión, al escuchar gritos que venían desde adentro, se recostó sobre la pared para que el tejado impidiera que se siguiera mojando.
-Tú tienes la culpa Amanda, tú tienes la culpa del sufrimiento de mi hijo. No tienes vergüenza, eres mala -sollozaba rabiosamente la Tía Matinica- Yo, siendo su madre lo hubiera apartado de ti, sabiendo los venenos que llevas dentro.
-Se equivoca, ¿Sabe acaso que su hijo es estéril Martinica?
-Cómo puedes hablar así ¿Te has acostado con el, para que digas eso?
-Mil veces Martinica, mil veces; por eso mismo te digo: tu hijo está seco.
-Cállate, porfavor, cállate no quiero escucharte más.
-No Martinica, ahora me va a escuchar
-Cállate por favor -suplicaba Martinica destrozada.
-¿Y sabes por qué me enredé con el andaluz? Muy simple Martinica -rompió en llanto Amanda- Porque amo a ese hijo tuyo, porque no quería perderlo, porque quería que fuese feliz aunque sea con un hijo que no era suyo. Ese dolor, Martinica, ese dolor me lo estaba reservando, con tal de verlo feliz hasta su muerte.
-No es excusa, no puedes excusarte así. -reclamó Martinica.
-¡Si es excusa! Tal vez no lo entiendas porque en tu amor de madre, ningun dolor sobre tus hijos puede justificarse, pero yo soy mujer, y el amor que me une a Joaquín es tan grande que el sacrificio mas pequeño, resulta insignificante. No podía asegurarme de que lo entendieras, es improbable que lo entiendas. ¿Entonces, responda, por qué me dejó Ud. a solas con el?
Martinica refugio su silencio entre sollozos. Pensaba: ¿qué podría entender esa mujerzuela de lo que es ser madre?
-Lárgate, recoge tus cosas y vete de aquí. Te dejé sola con el muchacho, porque confié en que serían sensatos, ¡Sobre todo tu! Ya al pasar el tiempo, y oir sus lamentos de placer, comprendí que no debías permanecer más tiempo aquí. Era mi oportunidad, para saber si merecías o no la vida de mi hijo. Siendo madre, solo siendo madre, puede someterse una, a los mas duros sacrificios, para evitar que algún mal pueda herir a los hijos. Qué vas a saber tu de sacrificios maternos, si apenas estás en el fin de concebir a un hijo.
-Bien Tía, Ud. lo está decidiendo, que se recuerde para siempre que está frustrando la felicidad de su hijo, paradógicamente, procurándosela.
Sobre Amria:
-No me digas tía -vocífero la Tía Martinica, apuntándole el rostro con el índice-. Maldita seas, y malditos sean tus frutos; no hallarás felicidad en los cuatro rincones del mundo, y no gozarás descanso en tu camino; vivirás fatigada por todos los males que causas a tu paso; te flagelarán con desprecios por tus perversidades, y morirás en olor a miseria y podredumbre.
Al otro lado de la puerta, Joaquín se retorcía en el suelo anegando sus ojos en inconsolable llanto, muriendo a cada instante, dejándose mojar por esa odiosa tormenta que trajo una tarde lluviosa que le ahogaría el alma para siempre.
Amanda salió presurosa, con sus ropas bajo el brazo y secándose las últimas lagrimas furibundas. Al cruzar el umbral de la puerta, una última puñalada le contrajo el vientre. Joaquín lo había escuchado todo, y estaba ahí, en el piso, indefenso, vulnerado, maltratado hasta la agonía, preguntándose ¿Por qué? Repetidamente, y guardando silencios para extrañar una respuesta que no llegaría.
Amanda corrió sin rumbo, atravesando la turba que armó el vecindario por el inacabable griterío.
Joaquín, en un arrebato de locura, dobló la esquina para dirigirse al basural y golpeó con todas sus fuerzas el bulto, golpeaba cualquier cosa que encontraba delante, buscando desesperadamente el cuerpo del lunático; quería golpearlo hasta matarlo, lo estaba odiando, ahora más que antes, por haberle revelado razones que lo sumergirían en una densa locura.
No había nada que golpear, excepto basura, Van Scribenz había desaparecido...
Amria: Maldición gitana.
Click aquí, para conocer las causas de estos desórdenes conductuales
-Mil veces Martinica, mil veces; por eso mismo te digo: tu hijo está seco.
-Cállate, porfavor, cállate no quiero escucharte más.
-No Martinica, ahora me va a escuchar
-Cállate por favor -suplicaba Martinica destrozada.
-¿Y sabes por qué me enredé con el andaluz? Muy simple Martinica -rompió en llanto Amanda- Porque amo a ese hijo tuyo, porque no quería perderlo, porque quería que fuese feliz aunque sea con un hijo que no era suyo. Ese dolor, Martinica, ese dolor me lo estaba reservando, con tal de verlo feliz hasta su muerte.
-No es excusa, no puedes excusarte así. -reclamó Martinica.
-¡Si es excusa! Tal vez no lo entiendas porque en tu amor de madre, ningun dolor sobre tus hijos puede justificarse, pero yo soy mujer, y el amor que me une a Joaquín es tan grande que el sacrificio mas pequeño, resulta insignificante. No podía asegurarme de que lo entendieras, es improbable que lo entiendas. ¿Entonces, responda, por qué me dejó Ud. a solas con el?
Martinica refugio su silencio entre sollozos. Pensaba: ¿qué podría entender esa mujerzuela de lo que es ser madre?
-Lárgate, recoge tus cosas y vete de aquí. Te dejé sola con el muchacho, porque confié en que serían sensatos, ¡Sobre todo tu! Ya al pasar el tiempo, y oir sus lamentos de placer, comprendí que no debías permanecer más tiempo aquí. Era mi oportunidad, para saber si merecías o no la vida de mi hijo. Siendo madre, solo siendo madre, puede someterse una, a los mas duros sacrificios, para evitar que algún mal pueda herir a los hijos. Qué vas a saber tu de sacrificios maternos, si apenas estás en el fin de concebir a un hijo.
-Bien Tía, Ud. lo está decidiendo, que se recuerde para siempre que está frustrando la felicidad de su hijo, paradógicamente, procurándosela.
Sobre Amria:
-No me digas tía -vocífero la Tía Martinica, apuntándole el rostro con el índice-. Maldita seas, y malditos sean tus frutos; no hallarás felicidad en los cuatro rincones del mundo, y no gozarás descanso en tu camino; vivirás fatigada por todos los males que causas a tu paso; te flagelarán con desprecios por tus perversidades, y morirás en olor a miseria y podredumbre.
Al otro lado de la puerta, Joaquín se retorcía en el suelo anegando sus ojos en inconsolable llanto, muriendo a cada instante, dejándose mojar por esa odiosa tormenta que trajo una tarde lluviosa que le ahogaría el alma para siempre.
Amanda salió presurosa, con sus ropas bajo el brazo y secándose las últimas lagrimas furibundas. Al cruzar el umbral de la puerta, una última puñalada le contrajo el vientre. Joaquín lo había escuchado todo, y estaba ahí, en el piso, indefenso, vulnerado, maltratado hasta la agonía, preguntándose ¿Por qué? Repetidamente, y guardando silencios para extrañar una respuesta que no llegaría.
Amanda corrió sin rumbo, atravesando la turba que armó el vecindario por el inacabable griterío.
Joaquín, en un arrebato de locura, dobló la esquina para dirigirse al basural y golpeó con todas sus fuerzas el bulto, golpeaba cualquier cosa que encontraba delante, buscando desesperadamente el cuerpo del lunático; quería golpearlo hasta matarlo, lo estaba odiando, ahora más que antes, por haberle revelado razones que lo sumergirían en una densa locura.
No había nada que golpear, excepto basura, Van Scribenz había desaparecido...
Amria: Maldición gitana.
Click aquí, para conocer las causas de estos desórdenes conductuales