24 septiembre 2008

"Amria sobre Amria"

Amria:
"...Siete veces ha de llorar amargamente su suerte y siete veces has de llorar tú, por provocarla. Contemplarás inmóvil el avance de un oscuro caballero vestido de sedas blancas, sin espadas, sin coraza y sin fuerzas; que soplará vientos de traición y venganza en tu casa"

Las nubes negras acompañan el dolor de Joaquín en su atropellada salida de casa; el llanto insoportable, que carga sobre sus hombros, traza el presagio de una tormenta en el cielo, tan feroz como el que lleva ahora mismo en el alma. Ha soportado la complicidad de su madre, para encubrir los deslices amorosos de Amanda, su prometida. No está seguro de ello, por lo que no pudo acusar abiertamente a nadie, pero ha leído cada palabra pronunciada, cada silencio cuajado en la atmosfera extraña. Ahora, las respuestas a sus interrogantes están en el peor lugar: sus temidas sospechas.

Van Scribenz, el intrépido amante; observa desde el balcón, en el que se refugió para no ser descubierto. Sin maldad estaba bajo la piel de un malvado, sin proponérselo le estaba arrancando lágrimas amargas a un hombre inocente, sin advertirlo estaba encerrado y sin posibilidad de escapar para no ser visto por Joaquín.

Van trato de abrir la puerta inutilmente, estaba cerrada desde adentro, la empujó con toda su fuerza sin lograrlo, pisó un madero consumido por las polillas, perdió el equilibrio y cayó cuesta abajo, acaso la cornisa pudo salvarlo, pero cayó tan estrepitosamente que al querer colgarse solo consiguió lastimarse las manos. Aún así la fortuna le sonreía, fue a dar en una torre de basura acumulada en bolsas. Entre tanto caía, pensaba en lo que estaba sucediendo.

-¿Qué está sucediéndome? Quiero comprenderlo, ¿Por qué tengo que pasar, de la más absoluta complacencia al más desagradable infortunio? Me siento tan culpable de todo lo que está ocurriendo, que la más furibunda de las palizas, que seguramnente recibiré, será poco escarmiento para los pesares que inflijo sobre los demás.
Un momento, yo por qué tengo que cargar con la culpabilidad de esos demás; muy bien, soy culpable de gran parte del desastre, pero no lo he ocasionado exclusivamente, La Tía martinica es complice pasiva y Amanda es el móvil directo. No me siento capaz de reunirlos para tratar el problema calmadamente, pero tengo que apelar a la sensatez de ese hombre, encontraré la manera para que me escuche, si no la encuentro la inventaré.


Joaquín observó sorprendido el accidente, alzó los ojos hacia el lugar desde donde cayó el bulto. ¡Era su casa! ¿Qué cayó desde el balcón de su casa?. Se internó entre la basura, con el incómodo prejuicio de sorprender a Amanda o a su madre en un intento de suicidio. Halló al andalucete ese, el tal Van Scribenz. Había caído desde el balcón, y esto le dibujó una rara sonrisa de la que el mismo se espantó al sentirla; sin pensarlo, asestó la punta de sus botas sobre el desgraciado que había llegado a irrumpir su tranquilidad, y la paz de su familia. Solo entonces, la tormenta se desató, llamaban los relámpagos en su furia silenciosa a la noche tardía, la lluvia caía sobre las lisas rocas adoquinadas en el piso, los truenos en el cielo y en la boca maldiciente de Joaquín arremetían contra el abusador.

Van se defendía por medio de la calma.

-Guarda silencio. Estás silenciando la verdad con tu violencia. ¡Entra en razón hombre! Estás frente a un hombre justo, e inocente de lo que has convenido pensar como real. Estás creyendo lo que quieres creer.

Joaquín desconsolado y soportando el cinismo del amante, abandonó su frente para dejarla caer sobre el basural, lloraba desconsoladamente, y observaba, de soslayo, la figura de ese intruso que tramó su desgracia.

-Cállate no tienes derecho a hablarme -fustigó Joaquín
-Seguramente. Pero, si quieres saber la razón por la cual estamos aquí, retorciéndonos de dolor, solo tienes que escuchar a tu madre. Sabes acaso por qué fue capaz de encubrir a Amanda, sabes por qué Amanda ha decidido torcer su camino contigo. Yo no lo sé, pero lo sospecho muy claramente, estoy seguro que a ambas las conduce el mismo instinto.
-Eres un maldito demente, no sabes ni lo que dices. Ahora mismo va a saber esa mujer en lo que me convierto cuando me enfurecen.

Joaquín se arrastró hasta la puerta para tumbarla. Pero se quedó a dos pasos, reprimiendo su salvaje incursión, al escuchar gritos que venían desde adentro, se recostó sobre la pared para que el tejado impidiera que se siguiera mojando.

-Tú tienes la culpa Amanda, tú tienes la culpa del sufrimiento de mi hijo. No tienes vergüenza, eres mala -sollozaba rabiosamente la Tía Matinica- Yo, siendo su madre lo hubiera apartado de ti, sabiendo los venenos que llevas dentro.
-Se equivoca, ¿Sabe acaso que su hijo es estéril Martinica?
-Cómo puedes hablar así ¿Te has acostado con el, para que digas eso?
-Mil veces Martinica, mil veces; por eso mismo te digo: tu hijo está seco.
-Cállate, porfavor, cállate no quiero escucharte más.
-No Martinica, ahora me va a escuchar
-Cállate por favor
-suplicaba Martinica destrozada.
-¿Y sabes por qué me enredé con el andaluz? Muy simple Martinica -rompió en llanto Amanda- Porque amo a ese hijo tuyo, porque no quería perderlo, porque quería que fuese feliz aunque sea con un hijo que no era suyo. Ese dolor, Martinica, ese dolor me lo estaba reservando, con tal de verlo feliz hasta su muerte.
-No es excusa, no puedes excusarte así. -reclamó Martinica.
-¡Si es excusa! Tal vez no lo entiendas porque en tu amor de madre, ningun dolor sobre tus hijos puede justificarse, pero yo soy mujer, y el amor que me une a Joaquín es tan grande que el sacrificio mas pequeño, resulta insignificante. No podía asegurarme de que lo entendieras, es improbable que lo entiendas. ¿Entonces, responda, por qué me dejó Ud. a solas con el?

Martinica refugio su silencio entre sollozos. Pensaba: ¿qué podría entender esa mujerzuela de lo que es ser madre?

-Lárgate, recoge tus cosas y vete de aquí. Te dejé sola con el muchacho, porque confié en que serían sensatos, ¡Sobre todo tu! Ya al pasar el tiempo, y oir sus lamentos de placer, comprendí que no debías permanecer más tiempo aquí. Era mi oportunidad, para saber si merecías o no la vida de mi hijo. Siendo madre, solo siendo madre, puede someterse una, a los mas duros sacrificios, para evitar que algún mal pueda herir a los hijos. Qué vas a saber tu de sacrificios maternos, si apenas estás en el fin de concebir a un hijo.
-Bien Tía, Ud. lo está decidiendo, que se recuerde para siempre que está frustrando la felicidad de su hijo, paradógicamente, procurándosela.

Sobre Amria:

-No me digas tía -vocífero la Tía Martinica, apuntándole el rostro con el índice-. Maldita seas, y malditos sean tus frutos; no hallarás felicidad en los cuatro rincones del mundo, y no gozarás descanso en tu camino; vivirás fatigada por todos los males que causas a tu paso; te flagelarán con desprecios por tus perversidades, y morirás en olor a miseria y podredumbre.

Al otro lado de la puerta, Joaquín se retorcía en el suelo anegando sus ojos en inconsolable llanto, muriendo a cada instante, dejándose mojar por esa odiosa tormenta que trajo una tarde lluviosa que le ahogaría el alma para siempre.

Amanda salió presurosa, con sus ropas bajo el brazo y secándose las últimas lagrimas furibundas. Al cruzar el umbral de la puerta, una última puñalada le contrajo el vientre. Joaquín lo había escuchado todo, y estaba ahí, en el piso, indefenso, vulnerado, maltratado hasta la agonía, preguntándose ¿Por qué? Repetidamente, y guardando silencios para extrañar una respuesta que no llegaría.
Amanda corrió sin rumbo, atravesando la turba que armó el vecindario por el inacabable griterío.

Joaquín, en un arrebato de locura, dobló la esquina para dirigirse al basural y golpeó con todas sus fuerzas el bulto, golpeaba cualquier cosa que encontraba delante, buscando desesperadamente el cuerpo del lunático; quería golpearlo hasta matarlo, lo estaba odiando, ahora más que antes, por haberle revelado razones que lo sumergirían en una densa locura.

No había nada que golpear, excepto basura, Van Scribenz había desaparecido...




Amria: Maldición gitana.

Click aquí, para conocer las causas de estos desórdenes conductuales

14 septiembre 2008

"Khelimaski djili"

"Y cobijarás en tu seno a un varón, cuya fatalidad lo doblegará antes de culminar la primavera de su vida. Siete veces ha de llorar amargamente su suerte y siete veces has de llorar tú, por provocarla. Contemplarás inmóvil el avance de un oscuro caballero vestido de sedas blancas, sin espadas, sin coraza y sin fuerzas, que soplará vientos de traición y venganza en tu casa"

La Tía Martinica recuerda bien las palabras de su madre el día anterior al que huyó con Ivrahim Sardomm; tal vez, ella sabía sobre qué columna estaba apoyando sus presentes para avisorarle tales desgracias. Su madre la amaba, por ello, estaba en el deber de casarle con la familia que había acordado la dote, según la tradición gitana; pero, la entonces joven Martinica, no quería entender de leyes; en su defecto, planeó huir de Andalucía con Ivrahim, a otro campamento.
Ha pasado tanto tiempo desde entonces, que ahora que está sentada y hundida en sus reflexiones y recuerdos, frente a una fogata que no se apaga ni de día ni de noche, siente vivamente el porte de su madre arder, junto con sus palabras quemándole el alma.
Al rededor suyo, Josieta y Danitza, sus hijas, la observan genuflexas con la misma devoción que el fuego les inspira.
La Tía Martinica creyó cumplido su papel al advertirle a Van acerca de lo que estaba provocando, y no puso resistencia ante la fiera confesión del muchacho. Esos ímpetus eran, sin duda, el reflejo fiel de aquellos que le llevaron a decidir su vida, sus desgracias y alegrías.
Al salir de la habitación de Van, La Tía Martinica sorprendió a Amanda detrás de la puerta; la condujo con la mirada hasta el primer piso, y antes de llegar la emplazó:

-Habla bajo porque no quiero que nos oigan
-Tía, lo lamento, yo...
-No quiero que te disculpes. Las dos sabemos lo que está pasando aquí. Si no puedes dejar las cosas en su lugar, recoge tus ropas y vete de aquí. Lo que tengas que hacerlo hazlo sin demora.

Amanda, al llegar a la habitación de Van, decidió su vida a partir de su rebeldía, dejando al transcurrir inexorable de los minutos, la tácita expresión de sus decisiones.
La Tía Martinica, ahora delante de la hoguera, comprendió que había entregado afilados cuchillos, a cada uno, en las manos; y para su asombro, ambos se desangraron.
Josieta y Danitza, que observaban en los ojos de su madre, una grave tristeza que no comprendían, mantenían solemnemente sus silencios. Silencios que rompió su hermano Joaquín, el prometido de Amanda, con su inesperada llegada.

La Tía Martinica, permaneció dos segundos azarada e impasible; atinó a llevar lentamente el índice a sus labios para callar a Josieta y Danitza.
-Madre ¿Por qué tan callada? -cuestionó Joaquín-
-Joaquín, hijito, estaba distraída. ¿Qué haces aquí, a esta hora? -replicó temerosa
-Vine a pedirle a Amanda que me curara. Me lastimé currando las cuerdas de la guitarra.
-A ver, dejame ver. -le dijo cariñosamente tomándole las manos-
-Amanda no ha ido a la taberna de Calisto, tenía que cantar. ¿Sabes donde está?
La Tía Martinica demoraba en responder, buscando alguna forma de excusar la ausencia de su nuera o de evitarle una desgracia a su casa. En pleno fragor de su silencio, Danitza la adelantó súbitamente:
-Está arriba...
-¿En los cuartos de alquiler? –preguntó extrañado Joaquín.
-Ven hombre, déjame curar esa herida –interrumpió, indiferente de lo que acababa de decir su hija, y mostrando preocupación por el afectado.

Entre tanto, Van y Amanda, extenuados y sin pieles, oían tan lejanamente como en un sueño, una batalla de voces que pretendían, obligadamente, unas veces a encubrirlos y otras veces a delatarlos. Despertaron por fin, en medio de un jaleo en el primer piso entre La Tía Martinica y su hijo, para que éste se dejara curar el dedo que tenía lastimado antes de subir a buscar a Amanda.
El pánico se apoderó de Amanda mas no de Van, que se levantó con serenidad envidiable, abotonó velozmente su camisa y el resto de sus trajes, incluso se dio tiempo para cerrarle el corsé a Amanda y darle un beso para despedirla.

-Yo iré a ver al pueblo desde el balcón, a puerta cerrada -aconsejó Van calmadamente-; tú quédate aquí, y cuando entre él a buscarte, te sorprendes y le dices que estabas ayudándole a La Tía a arreglar los dormitorios. No temas; pues de hacerlo, te delatarás.
Ella asintió con la cabeza y Van se encerró en el balcón.
Van aguzó el oído para cerciorarse de lo que estaba ocurriendo detrás del cómplice muro que lo encubría.
-Chi (1), ¿Qué haces aquí? -preguntó extrañado Joaquín-
-Sarishan (2) Joaquín -distrajo Amanda.
-Preocupado, porque hoy en la mañana tenías que ir donde Calisto a bailar y no te has aparecido en todo el día... Te pregunté ¿Qué haces aquí?
-Qué más chal (3), ayudándole a la Tía Martinica con sus quehaceres.
-Aquí está alojado el andalucete ese
-replicó apuradamente Joaquín- ¿Como se te ocurre estar sola aquí?
-Vamos Joaquín, qué tonterías dices, todos los pasajeros saben que hay un momento para el mantenimiento. ¿No me abrazas? -remató Amanda, cerrándole los ojos tiernamente.
El cinismo se alzó un triunfo. Van, estaba contento de oir tan natural representación, pero tuvo que reprimir sus ganas de lanzarle una salva de aplausos.
-Estuve preocupado y desconcentradísimo con tu ausencia en la taberna. Tienes que avisarme chi, cuando no puedas, tienes que avisarme pues. -suplicó Joaquín.
-Evitaré preocuparte así, creí que no sería tan importante que esté o no a tu lado.
-Amanda, todo lo que hagas o dejes de hacer, me importa, me preocupa y me interesa.
-No volverá a pasar querido, quédate tranquilo.
Amanda lo besó, tal vez, con la misma ternura que besaría a Van hace instantes, tratando de borrar cualquier sospecha de infidelidad que provocara la ira de Joaquín.

Joaquín masticó indolente cada palabra de Amanda, intentando disipar sus furias para no dejar que apareciera la figura injusta de un hombre que aborda los celos sin medida, aunque en el camino tuviera que atropellar, a quien quisiera demostrarle que estaba errando. Reprimió una lágrima de impotencia y bajó al primer piso con ella, para que escucharan en familia lo que, los gitanos, llaman el Khelimaski djili; que es nada menos que una canción espontánea inspirada en una experiencia personal. Una breve composición íntima, tras la cual se celebra un debate sobre el contenido de la misma; solo que Joaquín lo evitaría al terminar.

Maldigo, amor, los setiembres
que me punzan el corazón.
No me atrape en agostos
el amor que me hiere día a día.
Sobre aguijones
he adormecido mis sentimientos,
y sobre aguijones
he de patearlos sin remedio.
Qué culpa tengo yo,
de haber anulado mi razón;
si he preferido colorear mis días
con tus suaves melodías.
Ay de mí que te quiero,
y te quiero todavía.
Que muero ante negras dudas
y densos resentimientos
Perdóname amor si te amo
pero acabo de amarte anoche
y te he odiado en este día.
Ahora quisiera estar lejos
y rendirme a los dulces placeres
de esta agonía,
de esta cruel agonía mía...

Entre lágrimas, malamente reprimidas, su mirada difusa atravesó la ventana para refugiarse en la tranquilidad de las colinas; atravesó también la puerta, y sin mediar palabra, buscó incesante los destinos de su mirada amarga.

En caló
(01) Chi: mujer.
(02) Sarishan: ¿Cómo estás?
(03) Chal: hombre

02 septiembre 2008

"El Temible Consejo de la Tía"

-Amanda, vete de aquí, por favor. -replicó la Tía Martinica-
-Si tía, yo solamente... -resintió Amanda mientras se iba-

No bien abandonó la recámara Amanda, Van extendió sus extremidades como aliviado. La Tía Martinica le inspiraba un profundo respeto, era la primera vez que la veía pero ya sabía de ella cuando, Joaquín, el prometido de Amanda, le recordaba el malestar que sufriese la tía de no contar con todos reunidos cuando fuese la hora del almuerzo, allá en las fronteras del campamento con el llano y las colinas.
Van ahora estaba recuperado de esas fiebres que tejían épicas ardientes en su interior, buscaba estar solo en tanto sentía perdida su paz y arrebatado su sosiego, sin embargo la compañía de la Tía Martinica le venía bien. Ella sonreía con una extraña sabiduría en los ojos, como si a pesar de ignorar lo que ocurría a su alrededor lo supiera todo; aún así, esto no incomodaba nada a Van, pues la anciana lucía tierna y comprensiva. Ella le notaba incómodo, pero menos incómodo que cuando estaba Amanda. Su sonrisa amplia e infantil fue, acaso, el preludio de su temible consejo.

-¿Amanda te ama en secreto Van Scribenz? -lanzó su primera daga-
-Qué ocurrencia Tía. Amanda, como cualquier mujer, se sentirá atraída seguramente.
-Pues ella me trajo hasta aquí para avisarme que estabas enfermo.
-¿Y como supo ella que lo estaba?
-No lo supo, lo imaginó...
-Cree Ud. que alguien puede imaginar y acertar. ¡Por favor!
-Ella imaginó que tu estabas enfermo porque sabía a donde te habías metido para pescar picaduras de tabarros. ¿No crees?

Van se sintió de bruces contra la pared, su delito o el delito de ambos era ahora más que flagrante. ¿Qué iba a decir ahora? Todo encajaba. ¡Malditos tabarros!
-Tía -dijo sacando un disco de su maleta- Relájese, vamos a escuchar un poco de música para no ennegrecer las pasiones. Tal vez al principio no le agrade, pero, escuchando a Mendelssohn, me sentiré mas a gusto de continuar. -distrajo Van mientras pensaba en algo-

el 1er Movimiento del Concierto para Violín, Allegro, molto appassionato se escuchaba con cierta dificultad. Zarandeó el reproductor y lo mantuvo a un volumen adecuado para la conversación.

-Verá Ud. Tía Martinica, no es que sea yo malo o me seduzca el deseo de romper compromisos, en el fondo es probable que así sea, pero en este caso particular, nada más lejos de la realidad. Yo disponía mis pasos hacia otras tierras antes de llegar a este poblado; yo solo he venido a visitar a un viejo amigo; yo...
-Yo, yo, yo -levantó la voz la mujer- Solo sabes referirte al mundo a partir de ti, olvidas que hay otros "yoes" dándole forma a sus vidas y que como consecuencia de sus ímpetus le darán forma a tu vida también. Más importante que el "yo", muchacho es el "tu" y más importante que el "tu" es el "él", el "yo" se disfraza de mayúsculas porque su naturaleza es minúscula.
-¡Bueno pues! Y si así fuere qué, ¿Adónde quiere llegar Usted? -rebatió Van, un tanto airado-
-A donde quiero llegar muchacho es que hay personas a tu alrededor que tienen una vida, un compromiso con la vida, una línea recta que deben continuar, y observo en ti una involuntaria fuerza para perturbar el camino de los demás, yo sé que no eres malo, se que no está entre tus pertenencias la maldad calculada, se que eres un viajero y se que disfrutas ahora tu nueva naturaleza errante, lo se, no porque adivine, sino porque tu postura arrogante te delata, incluso hueles a libertad lo mismo que a bondad y maldad combinadas. No es que yo tenga paciencia con los extranjeros, de no aparecer ante mis ojos con toda tu naturalidad ya te hubiera encajado dos o tres bofetadas para que aprendas. Somos una sociedad de errantes ¡cómo no vamos a comprender al extranjero!
-Tía Martinica, comprendo que pierdo mi tiempo intentando negarle lo que bien sospecha y acierta...
-A nosotros los viejos, los jóvenes nos divierten con sus ocurrencias, intentan esconder entre sus manos una pelotita y cuando se las pedimos esconden las manos detrás y nos dicen: "no la tengo tía, no la tengo"
-Yo la tengo tía, pero olvidé que la tenía
-bromeó Van para esbozarle una sonrisa a la anciana-
-Mira Van, esa mujer que viste salir de aquí tiene atrapada el alma de mi hijo, ellos están comprometidos y celebraremos bodas en tres semanas, a menos que algo extraordinario suceda. Yo observo todo lo que pasa, solo observo, no puedo forzar nada. Solo Dios sabe lo que hace y si es su voluntad que ella niegue su cultura, será su maldición y la tuya, nuestras vidas continúan...
-Tía Martinica, me llena Usted de confianza. Admito que estoy enamorado de Amanda. Primero me sedujeron sus encantos, ahora me acaricia el alma saber que intuyó mis malestares y me trajo hasta aquí sus cuidados; yo sabré recompensarle el bien que me hace ahora pero ningún bien es mayor del que significa la libertad que le ofrece a mis pasos, este bien último tal vez no logre recompensarle. Iré hasta donde tenga que ir para corresponder los cariños de Amanda.
-Eres tú contra todos, muchacho. No te apresures... Ve despacio. En nombre del amor muchos hombres han caído...

La mujer abandonó la recámara, Van se dejó caer sobre su almohada, meditabundo, circunspecto, enrevesado con esa confesión que la Tía Martinica le había arrancado de la boca destrozándole cualquier paso silencioso que hubiera querido tramar, de hecho ya no podía tramar nada mientras su refugio sea la guarida de los lobos que pretende azuzar. Intento apretar los ojos para hallar calma en sus tormentos antes que advirtiera unos pasos temerosos introduciéndose en la habitación...

-Van, soy yo Amanda ¿Puedo entrar?
-¡Amanda! -contestó Van sobresaltado-

Amanda penetró en la habitación abatida, como si hubiera recibido una paliza de sermones sobre su frente. Se sentó al costado del convaleciente, le acarició las mejillas como quejándose del dolor que sufría, juntó su regazo contra el cuerpo de Van, le dejaba sentir su respiración al oído y este le correspondía con suavísimos susurros incomprensibles, Van lloraba en silencio la suerte de ambos, ella le consolaba con el desliz de sus dedos sobre los labios, ambos mezclaban el temor de ser sorprendidos en cualquier instante con la irresistible fuerza que los mantenía unidos. Su pecho retumbaba bajo la voluptuosa fuerza de esa mujer que le apreciaba la vida y le cuidaba, ella se sentía una diosa en sus brazos, ese hombre no la desnudaba con los ojos como lo hacían todos, ese hombre se había sumergido en sus adentros, había anidado de pronto en sus sentimientos, ese hombre no era un ejemplar más, era el ladrón de su inocencia escondida y agitador de sus sentimientos más nobles. Eso que anidaba en su corazón se lo dijo al oído entre quiebres de sollozo y Van le rodeó la cintura para proclamarle su amor valiéndose del más certero ataque en favor de ambos: el húmedo silencio asestado sobre las pasiones.
Entonces, solo entonces Van fue de Amanda y Amanda fue de el...