03 agosto 2008

"El Huésped Inesperado"

Una mañana espléndida en Algemesí. Los primeros destellos dorados de la mañana convierten cada rincón en un lujoso espectáculo, la sombra de las pequeñas colinas apostadas a su alrededor crean un efecto de profundidad que invaden los ojos y calman las tempestades del alma.
Cual hormigas veraniegas, arrecian los músculos sus habitantes con natural diligencia, recorren jirones y avenidas guiados por la fuerza inconmensurable que les inspira la pujanza de un pueblo que los hermana y los enfrenta.

Van ha decidido partir a esa mágica ciudadela desconocida, donde según Fernando habitan hombres semejantes a animales irracionales, el temple que lo conduce le ha despertado diez minutos antes de las seis. Los ronquidos incesantes que atropellan su silencio desde el otro lado de esa habitación logran sacarlo de la litera. Con las piernas firmes observa cuidadosamente cada ángulo construido para comprimir a quien la ocupara. Indiscutiblemente una mujer se había prestado para la decoración de ese lugar, le delataban esas sábanas de un tono rosado tan claro que podía confundirse con la blancura de sus almohadas, detrás de la ventana una pequeña maceta era el soporte de enormes tallos auriverdes enclavados con hojas salpicadas de un tono rojizo, al cabo de los tallos pendían, cual zarcillos, unas florecillas violáceas que coronan la exaltación de la belleza natural, a lado de las flores, pululan, cerúleos de tan fogosos, dos pericos lutinos disputándose los últimos granos de una lechosa mazorca que les dejó Fernando la mañana anterior. Van pensó para sí -Es un grato espectáculo despertar a la luz de una ventana algemesinense, contemplar la belleza de las flores y el sinfónico canto de estas aves cautivas. Y como si no fuera suficiente, antes de dar los “buenos días” la mañana se encarga de anticiparlos. En breve estaré en el pueblo de los gitanos, siento miedo pero si llego a mostrarlo con seguridad fracasaré. Atravesaré las calles de ese poblado como disponiéndome a abrir la puerta de mi casa a la vuelta de alguna esquina. Espero no reflejar un aspecto muy urbano para que mi llegada no parezca una incursión insolente-.

Van salió impetuoso de la habitación y tuvo que detenerse un paso después del umbral. Al frente, una mesa larga en posición horizontal. La ocupaba el indiferente patriarca Don Gabriel Portal, a su diestra Doña Lucía de Portal Ibarreda y a su siniestra, Fernando; el hijo de ambos, recientemente recuperado.
Todos miraban a Van con franco desconcierto. Los padres de Fernando se preguntaban sin palabras, mirándose entre sí ¿Qué hacía este hombre en casa? Fernando en un arrebato instintivo por defenderlo, y luego de limpiar detenidamente sus labios, abandonó la mesa con la venia de sus padres y se arrojó sobre Van, antes de que este diera un paso más, lo condujo de regreso a la habitación. La puerta se cerró con la misma rapidez con la que ambos entraron.

-Van, discúlpame el desagradable momento.
-Tu vida transcurre entre disculpas, bien eres muy honesto para enfrentar tus errores o eres muy estúpido para manejar tus propias situaciones.
-No Van lo que pasa es que mi madre salió ayer en la tarde, justo antes de haberte saludado desde el balcón y mi padre se fue a denunciar a los supuestos ladrones que dejaron abierta la puerta trasera. Quise que permanecieras aquí mientras inventaba algo a mis viejos para recibirte sin sobresaltos. Tu maldito acento peruano removería el recuerdo de mi alocada aventura cuando salí de casa. ¿Entiendes?
-Me hubiera ido a un hotel, ¡Pero no! ¿Tu eres muy gentil y hospitalario no? Y ahora que cosa quieres que haga allá afuera, que me lleve una mano al vientre y me hinque respetuosamente y les diga “Estimados señores, os pido que excusen la violenta manera de presentarme ante vosotros, en primer lugar permítanme exculpar a vuestra prole por semejante preterición, mi nombre es Van Scribenz, silente e incansable voz de la conciencia de vuestro vástago para reanudar la dirección desviada del buen camino que han tenido muy a bien trazar para él. Como es de vuestro conocimiento…
-¡Magnífico! Eres un genio Van, ya cállate. Es una excelente excusa para acallar el temperamento de mis viejos. Apúrate, sácate la pitaña de los ojos. ¡Luces, cámara, acción!.
-Ah ¡ya! ¿Quieres quedar como un regenerado frente a tus padres? Muy bien, apártate, déjame actuar.

Van salió con un aire distinto al que lo había movido desde temprano, casi no pensaba en sus futuras travesías, se dejaba ver atribulado, avergonzado y al mismo tiempo digno de haber emprendido la noble tarea que la vida le había conferido en favor de la salud social de Fernando.

-Estimados señores, os pido que excusen la violenta manera de presentarme ante vosotros, en primer lugar permítame exculpar a vuestra prole, a quien correspondía este deber, por semejante preterición, mi nombre es Van Scribenz, silente e incansable voz de la conciencia de vuestro vástago para reanudar la dirección desviada del buen camino que han tenido muy a bien trazar para él. Como es de vuestro conocimiento el ímpetu desmesurado de Fernando lo llevó a tierras muy lejanas, que es de donde lo conozco, cuando me habló de vosotros sus padres pensé de inmediato que no era la vida que estaba llevando la que quisisteis para él, me ha poseído un ángel guardián desde entonces y no he podido estar tranquilo hasta hoy que lo veo sentado en la mesa que le corresponde bajo el cielo más maravilloso de España, en el calor de su pueblo y ungido en la dirección que procuran vosotros para su vida.- Inclinado, esforzando la vista con falseada sumisión hacia los progenitores y temiendo una carcajada suya para compensar esa retahila de mentiras, pensó -Yo mismo no me creo tanta basura-

-¿Así es que Van Scribenz es tu nombre? Respondió inquisitivo Don Gabriel
-Joven -interrumpió la madre, evidentemente tocada por la impersonal excusa estremecedora del huésped inesperado- siéntese con nosotros -atinando con desesperación a traer una cómoda silla lujosa que no usaba desde que su padre le confió en heredad- No termino de entender por qué Fernandito no nos avisó su llegada, en nuestro pueblo acostumbramos a recibir honorablemente a nuestros visitantes, para nosotros no hay huésped malo, pues no por nada se llega aquí. Excusareis de inmediato nuestra sorpresa puesto que el temor de ser agredido por los gitanos, que de paso es la única amenaza que padecemos, no nos deja vivir en paz.
-Descuide Doña Lucía -restó importancia Van, llevándose las manos al mentón y recogiendo una de las piernas hasta el descanso de la silla. -Me complace conocerlos, lo mismo que me alegra el nuevo statu quo de Fernando, quien, estoy seguro, modificará progresivamente sus comportamientos en la medida que comprenda que su papel es la de hijo único y de padres veteranos, con todo respeto lo digo.
-¡Hombre! me encanta la sinceridad de este chaval.- celebró en voz alta Don Gabriel.
Van sonrió victorioso, olvidó su condición de forastero, estiró las piernas confiadamente y amenizó la charla con una astucia sin precedentes. Trasladó la autoría de sus atrocidades a dúo con Fernando en la persona de su amigo Daniel Rázuri, a éste culpó de todo lo que había ocurrido en Lima. Esa mañana, narró con todo desparpajo el día que fueron aprehendidos por efectivos de la policía cuando los hallaron culpables de hurtar libros de la Biblioteca Nacional.
-¿Ustedes saben lo que es defender lo indefendible? -asestó Van clamorosamente- El día que fui a pagar la fianza para dejarlos en Libertad no conocía a Fernando, fui a pagar la libertad de mi compañero universitario Daniel Rázuri, cuando revisé la cantidad a pagar, lamentablemente cancelarla no estaba dentro de mis posibilidades, no creí que fuera tanto, habían sido culpados de robar ciento cuarenta y cuatro libros, así es que pedí que les asignaran un abogado y le expliqué a este que en la lista de lo sustraído estaban libros de la autoría de Schopenhauer, Virgilio, Borges, Friedrich Nietzsche, Heidegger, Derrida y hasta ¡Emile Ciorán!. Espero que los nombres de esos subversivos no les sugieran nada -Perdónenme maestros, pensó alzando los ojos hacia el techo-. El hecho es que todos los libros eran de filosofía y el argumento para defenderlos debía tener como móvil el desarrollo de su cultura, es decir, que robaban motivados por el derecho supremo del hombre de tener acceso a la cultura y que además padecían una leve misantropía, esto es algo como aversión por la humanidad, lo que no les permitía compartir con otras personas los espacios acondicionados para la lectura en esa biblioteca.
-¡Qué bien pensado! -Exclamó Don Gabriel- ¿Y qué paso después de presentar esa defensa?
-Pues que los inculpados estaban obligados a devolver el íntegro de los libros perdidos para pasar del encierro preventivo a la libertad condicional -En este momento Van se detuvo abruptamente. Fernando le había encajado un puntapié de advertencia bajo la mesa, lo que le indicaba que no debía contar que fueron declarados “personas no gratas” por las principales bibliotecas de la ciudad y que además de ello fueron publicadas sus fotografías con nombres y apellidos en la entrada a estos recintos para impedirles el ingreso.

Don Gabriel, para sorpresa de todos, tomó por las orejas a Fernando
-Qué bonito carajo, ¿qué bonito no? haciendo gilipolladas en el extranjero. Vergüenza tendría que darte.
-Don Gabriel -intervino Van con inocultable fruición- no se imagina la envidia que siento ahora mismo. Cuántas veces me hubiera gustado tirarle de las orejas a este adorable granuja, y sin embargo tuve que apoyarme en el filo del verbo y la reprimenda para enderezarlo. Bastante tenía ya con Daniel. ¿No le parece?

Van ocultaba su sonrisa tras el uso de gestos de preocupación, de modo que mientras más preocupado se mostraba, tanto más sonreía ocultamente. Fernando estaba poco menos que furioso, pero igualmente entretenido por las dotes histriónicas de su adorable y despreciable amigo Van. Soportó con beneplácito el tirón de orejas y los iracundos pellizcos escondidos de su madre. Sabía bien que el pasaporte para alojar a Van en casa con la finalidad de corresponder a la esmerada hospitalidad de éste en Lima, iba a costarle caro y de momento le estaba saliendo una ganga.

5 comentarios:

Rous dijo...

Waw con este hombre :s latima que alla dejado para luego su visita al campamento de los gitanos

Prueba1 dijo...

Van Scribenz: Sí pues una lástima, fue un desperdicio de día, gracias al tonto de Fernando todo tuvo que posponerse porque era necesario venderle a sus padres una imagen confiable de este extraño que vieron salir, sorpresivamente, de su alcoba de huéspedes.

Prueba1 dijo...

Fernando: ¡Un momento! En Lima tu te quedabas bien dormido hasta el mediodía, eso si Daniel y yo te despertabamos; así es que no creí que fueras capaz de levantarte, solo, tan temprano.

Jose Antonio dijo...

Que bonita defensa la de los libros de filosofía.
Va a resultar que la estancia de Van será muy productiva.

Me ha gustado que los personajes intervengan en los comentarios.

Saludos

Prueba1 dijo...

Estimado Senovilla, recuerdo que tu aprehensión ante la imposibilidad de comentar abiertamente me condujo a convertir esta novela en una blogonovela o novela interactiva. ¡Eres un genio!